Carta de Francisco José, misionero en Perú.

Se me ha olvidado contaros que en el mes de febrero hicimos la experiencia de ir de dos en dos por el Perú y a mí, junto con otro seminarista peruano, me tocó ir a Ayacucho, seguro que te suena. A 2800 m de altitud, una ciudad bellísima, pero durante mucho tiempo ha sido una zona muy castigada por "Sendero luminoso" y los militares; mucho tráfico de drogas... estuvimos viviendo al más puro estilo peruano acogidos con una familia peruana. Estuvimos incluso en un asilo de las hermanitas de los ancianos desamparados, me sobrecogió ver la soledad profunda. Eran ancianas que solo hablaban quechua, estaban deseando que alguien se les acercara y les quisiera un poco, empezaban a hablarte y llorar y no entendíamos nada, pero era como estar delante de Cristo, despreciado por los suyos. Pero, a lo que iba, me sorprendió ver que cuando anunciábamos a la gente el amor de Jesucristo, contábamos un poco nuestra experiencia, le gente se conmovía, pero nadie hablaba. Cuando regresamos a Lima, me contaron que no hablan porque tienen muchos traumas (violaciones, la violencia de la guerrilla, el sufrimiento)...ha sido fantástico poder constatar que el único que puede consolar y sanar nuestras heridas más profundas es el que ha vencido la muerte.